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–Déjeme leer otra vez –pidió. Su cabeza trabajaba a toda máquina. Él tenía una mente inquisitiva, pero era sincero y no podía negar lo que los ojos leían. ¿Qué podría decir frente a la declaración del apóstol que dice que “la ley es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”.
De todos modos, él dijo:
–Pero aquí no habla de Éxodo 20, sino de la voluntad de Dios. Los Mandamientos de Dios fueron clavados en la cruz del Calvario.
–Entonces, veamos lo que Jesús dijo: “No piensen que he venido a anular la ley o los profeta cumplimiento. Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido” (S. Mateo 5:17, 18).
Adolfo reaccionó inmediatamente.
–Lea la última frase: “Hasta que todo se haya cumplido”. Y todo se cumplió en la cruz. El apóstol Pablo dice que Cristo vino a “anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz. Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal. Así que nadie los juzgue a ustedes por lo que comen o beben, o con respecto a días de fiesta religiosa, de luna nueva o de reposo. Todo esto es una sombra de las cosas que están por venir; la realidad se halla en Cristo” (Colosenses 2:14-17).
Después de leer, Adolfo se quedó mirándome. Una parte de esa declaración de Pablo, “él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz”, parecía definitiva para mostrar que la ley había llegado al final en la cruz. Yo también lo miré con amor y continué:
–Vamos a analizar lo que el apóstol Pablo dice. Él está hablando aquí de “la deuda que nos era adversa.” ¿Cuál era esa deuda? Él mismo lo explica: “todo esto es una sombra de las cosas que están por venir, la realidad se halla en Cristo”. ¿Cuál es esa “sombra de las cosas que están por venir”? Las ordenanzas ceremoniales de sacrificios que simbolizaban a Jesús.
–¿Qué ordenanzas?
–Cada vez que los israelitas sacrificaban un cordero o cualquier otro animal, este se transformaba en un símbolo del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (S. Juan 1:29). El autor de la Epístola a los Hebreos deja eso en claro: “Así que era necesario que las copias de las realidades celestiales fueran purificadas con esos sacrificios, pero que las realidades mismas lo fueran con sacrificios superiores a aquellos. En efecto, Cristo no entró en un santuario hecho por manos humanas, simple copia del verdadero santuario, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro. Ni entró en el cielo para ofrecerse vez tras vez, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. Si así fuera, Cristo habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Al contrario, ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez yas; no he venido a anularlos sino a darles para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo” (Hebreos 9:23-26).
–Pero todo eso terminó en la cruz.
–Claro que sí. Los escritos de ordenanzas que Jesús clavó en la cruz fueron las ordenanzas referentes a esos sacrificios y otras ceremonias propias del pueblo de Israel. Después de la muerte de Cristo, ya no son más necesarios esos sacrificios, porque el verdadero Cordero de Dios ya había sido sacrificado. Pero eso no tiene nada que ver con los Diez Mandamientos registrados en Éxodo 20.
–¿Cómo que no? Aquí dice: “Así que nadie los juzgue a ustedes por lo que comen o beben, o con respecto a días de fiesta religiosa, de luna nueva o de reposo. Todo esto es una sombra de las cosas que están por venir; la realidad se halla en Cristo” (Colosenses 2:16, 17). El sábado ¿no es uno de los Mandamientos de Éxodo 20?
–El sábado, sí, pero aquí está hablando de los sábados, en plural, y también se mencionan los días de fiesta y de luna nueva, que son “sombra de las cosas que están por venir”. Todo forma parte de las ceremonias de Israel, pero en ningún momento se mencionan los Diez Mandamientos.
–No había pensado en eso.
–El apóstol Santiago da más luz sobre este asunto: “Porque el que cumple con toda la ley pero falla en un solo punto ya es culpable de haberla quebrantado toda. Pues el que dijo: ‘No cometas adulterio’, también dijo: ‘No mates’. Si no cometes adulterio, pero matas, ya has violado la ley” (Santiago 2:10, 11). ¿De qué ley está hablando Santiago aquí?
–De Éxodo 20.
–El evangelio salva, Adolfo. Salva del pecado. Mira lo que dice el apóstol Pablo: “Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley sino bajo la gracia. Entonces, ¿qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos ya bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera!” (Romanos 6:14, 15).
–¿Y ahora? Aquí dice que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia –preguntó Adolfo.
–No estamos bajo la condenación de la ley, por causa de la gracia de Jesús. Su sangre cubre los pecados, de forma que la ley no nos puede condenar. Pero la pregunta del apóstol es: “¿Vamos a pecar porque no estamos ya bajo la ley sino bajo la gracia?” Y él mismo responde: “¡De
ninguna manera!
–Realmente. Mirándolo desde ese punto de vista...
–Y ¿qué otro punto de vista puede haber? “¿Quiere decir que anulamos la ley con la fe? ¡De ninguna manera! Más bien, confirmamos la ley” (Romanos 3:31).
–¡No puede ser! Yo jamás había leído eso. –Los cristianos obedecen la ley de Dios. Las únicas personas que quedan bajo la condenación de la ley son las que la infringen. Por ejemplo, la persona no es afectada por el límite de velocidad mientas respete la ley. Si supera el límite, queda bajo la condenación de la ley de tránsito.
–Entonces, el estar bajo la gracia no nos da libertad para transgredir la ley.
–Así es.
Adolfo parecía sorprendido. El Espíritu de Dios trabajaba en el corazón, y él aceptaba esa obra. El punto no era quién estaba en lo correcto y quién estaba errado. No era quién ganaba o quién perdía. Era un asunto de vida. Porque la vida cristiana es una experiencia constante de crecimiento. Crecer involucra aprendizaje, pero para aprender es necesario salir del terreno conocido y nadar en las aguas de lo desconocido.
Eso, naturalmente, provoca temor. Tal vez por eso mucha gente prefiere no crecer.
Con Adolfo era diferente. Él deseaba aprender, y por eso me hizo esta última pregunta.
–Las cosas que usted dice son lógicas, pero ¿qué me dice acerca de la Epístola a los Gálatas? El apóstol Pablo ¿no da en ella la impresión de estar contra la ley?
–Yo sé que esa epístola es controvertida. Existen cristianos que creen encontrar en ella argumentos para “probar” que la ley no tiene más validez.
–Exactamente.
–Él apóstol Pablo escribió esa carta para resolver un problema doctrinal de la iglesia de la región de Galacia. Ese problema surgía por una interpretación equivocada de la función de la ley. Muchos cristianos convertidos de entre los judíos enseñaban que la observancia de la ley es lo que nos salva. El apóstol combatió esa idea con vehemencia.
–Pero ese problema no es solamente de los gálatas –completó Adolfo.
–Claro que no. El asunto del legalismo fue el problema de muchas personas a lo largo de los siglos. Incluso en nuestros días. –¿Qué sucedía en los días del apóstol Pablo?
–Él había establecido la iglesia en la región de Galacia alrededor del año 50 d.C., aproximadamente veinte años después de la muerte de Jesucristo. Algunos años después, en torno al año 55 d.C, mientras el apóstol Pablo estaba en Éfeso, le llegaron noticias de que la iglesia de Galacia se encontraba inmersa en una grave crisis de identidad cristiana.
–Y ¿en qué consistía esa crisis?
–Predicadores llegados de Jerusalén acusaban al apóstol Pablo de predicar un evangelio incompleto. Ellos enseñaban que para ser salvos no bastaba con creer en Jesús. Según ellos, era necesario que los gentiles se transformaran en judíos por medio de la circuncisión. Y muchos
comenzaron a aceptar esas nuevas enseñanzas.
–¿Realmente?
–Sí. La Biblia enseña que para ser salvo el hombre solamente necesita creer en Jesús y punto; independientemente de su nacionalidad. Algunos judíos creían que, por el hecho de que la ley le había sido dada a Israel en el Sinaí, solamente ellos podrían ser salvos. Quien quisiera, por lo tanto, salvarse, debía pasar por la circuncisión, que es el rito introductorio al judaísmo. Según ese pensamiento, entonces, la fe no era el único medio de salvación, como enseñaban el apóstol Pablo y los otros discípulos. Para ser salvo, era necesario obedecer la ley que requería la circuncisión. La conclusión era: para ser salvo es necesario convertirse al judaísmo. El apóstol Pablo estaba combatiendo esa herejía.
–Entiendo.
–Por eso, al saber lo que estaba sucediendo, el apóstol Pablo les escribió esa epístola.
–Por eso el apóstol es tan duro contra los legalistas.
–Sí, los legalistas enseñan que, en el proceso de salvación, la causa de ella es tanto la gracia como la ley, mientras que el apóstol Pablo afirma que no es posible colocar al lado de Cristo ningún elemento complementario. La ley, como dice el apóstol Pablo, no salva. El factor decisivo y definitivo de la salvación es únicamente la gracia de Cristo.
Conversamos con Adolfo en tres ocasiones. En la tercera oportunidad, él estaba acompañado por su esposa y su hija de 17 años, que tenía ojos vivarachos como los del padre. Oía atenta todo lo que decía y anotaba cada palabra en una libreta.
–Es solo para cotejar en casa –dijo, sonriendo. Algunos meses después, toda la familia descendió a las aguas del bautismo y selló el pacto de amor con Cristo. Un coro cantó mientras ellos eran sumergidos en las aguas. Las palabras del himno decían:
“¡Oh! ¡Gracia excelsa de Jesús, perdido me encontró!
Estando ciego, me hizo ver, ¡de la muerte me libró!”

Adolfo y su familia encontraron la única esperanza.
                                            Tomada de:  La Única Esperanza de Alejandro Bullon.

JOHN CARLOS SOTIL LUJAN 

DIRECTOR DEL WEB BLOG - REFLEXIONES PARA VIVIR

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