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«¿Quién es sabio y entendido entre vosotros?» (Santiago 3:13).

 Santiago ya nos ha dado parte de la respuesta cuando nos dijo que si alguien necesita sa­biduría, ha de pedirla a Dios (Santiago 1:5). Por lo tanto, en un sentido muy ele­mental, podemos decir que sabio es aquel que pide y recibe dicha virtud de Dios. No obstante, dado que la pregunta de este versículo aparece en el con­texto de los problemas que los seres humanos provocamos al no controlar nuestras palabras, nuestro autor añade entonces una segunda parte a su res­puesta: sabio es aquel que, mediante «su buena conducta» es capaz de demos­trar la humildad que la «sabiduría le da» (Santiago 3:13, DHH).

Que nuestro autor relacione la buena conducta con la sabiduría es algo que se entiende al recordar que, en el pensamiento judío, la sabiduría no es algo teórico, sino algo sumamente práctico. Teniendo en cuenta que el propó­sito principal de la sabiduría bíblica no es capacitarnos para dominar las cien­cias, sino influir en nuestro comportamiento y experiencia espiritual, alguien sabio es aquel que, al considerar y aplicar en su vida los principios divinos, se distinguirá por decidir correctamente en todo aspecto de la vida, indepen­dientemente de las circunstancias a las que se que enfrente. Por eso, a fin de entender mejor este concepto, repasar un poco lo que el hombre más sabio escribió sobre él será de gran utilidad.

Según Salomón, la sabiduría ha de contar con un ingrediente indispensa­ble: «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Proverbios 1:7; la cursiva es nuestra). Al decirnos dos veces en su libro la estrecha relación que existe entre «el temor de Jehová» y la sabiduría (Proverbios 1:7; 9: 10), Salomón usó dos térmi­nos hebreos distintos para referirse a lo que en nuestras Biblias se tradujo como "principio". Mientras que en el segundo caso la palabra utilizada pone el énfasis en el orden o la secuencia (ser el primero de una serie), la primera tiene que ver, más bien, con la importancia. Tan significativo detalle nos su­giere que «el temor de Jehová» no solo es el punto de partida o el primer paso en busca de la sabiduría, sino también un requisito importantísimo e indis­pensable para obtenerla.

Pero, ¿qué significa entonces la expresión «el temor de Jehová»? ¿Qué es lo que de verdad tenían en mente los autores bíblicos al utilizarla? No sé si ha sido su caso, pero siendo un niño, a menudo pensé que dicha frase significaba algo más que tenerle miedo a un Ser que, dado su poder y grandeza, podría intimidar a cualquiera. Sin embargo, aunque me negaba a pensar en un Dios que infundiera miedo, no recuerdo haber resuelto plenamente aquella incóg­nita en mi mente.

Hoy en día, esto ha cambiado, ya que leer la Biblia con mayor deteni­miento me ha ayudado a comprender que «el temor de», no significa necesa­riamente «temor a». Los siguientes versículos lo ilustran bien:
       «El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos» (Salmo 19: 9).
       «En el temor de Jehová está la fuerte confianza; y esperanza tendrán sus hijos» (Proverbios 14:26).
       «El temor de Jehová es aborrecer el mal» (Proverbios 8:13).
Por ello, lejos de amedrentar a nadie, este temor prolonga la existencia (Proverbios 14:27) y nos aleja del mal (Proverbios 16:6). De ahí que se nos recomiende «perseverar en él» (Proverbios 23:17).
Tan significativa evidencia deja claro que este concepto no es en absoluto negativo. 

¿Cómo podría serlo considerando su utilidad y todos sus benefi­cios? 

Sin embargo, tan positivo como parece, es bueno aclarar que llevar a la práctica dicho concepto no siempre ha resultado fácil.

Por ejemplo, cuando el faraón ordenó a las parteras que mataran a todo bebé varón que naciera a los israelitas, ellas se negaron a participar de algo que iba en contra de sus principios: «Pero las parteras temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto, sino que preservaron la vida a los niños. [...] Y por haber las parteras temido a Dios, él prosperó sus familias» (Éxodo 1:17, 21; la cursiva es nuestra).

El riesgo que afrontaron aquellas valientes mujeres nos enseña que temer a Jehová implica lealtad. Sí, lealtad a los principios, así como el correspon­diente valor para no practicar algo que, aunque pudiera ser popular o hasta obligatorio, vaya en contra de lo que la Palabra de Dios dice (Hechos 5:29).
Reiterando el hecho de que «temer a Jehová» no siempre será lo más fácil, pero que definitivamente tiene que ver con nuestra lealtad a Él, que Abraham obedeciera el mandato de sacrificar a su hijo es otro gran ejemplo de lo que venimos diciendo. Pudiendo haberse negado a obedecer, Abraham decidió seguir al pie de la letra las instrucciones que Dios le había dado. Y aunque no entendía por qué se le había hecho semejante petición, conocía tan bien a Dios y lo amaba hasta tal punto que su confianza en él manifestó ser absolu­ta; decisión que el Señor reconoció al decirle: «No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único» (Génesis 22:12; la cursiva es nuestra).

Por lo tanto, además de producir una lealtad a toda prueba, el «temor de Jehová» se distingue también por llevarnos a desarrollar una confianza plena en Dios. Por difíciles de alcanzar que parezcan, ambas características están a nues­tro alcance si mantenemos una estrecha relación con la fuente de «toda buena dádiva» (Santiago 1:17), con Aquel que es la fuente de la auténtica sabiduría: «Yo, la Sabiduría, habito con la cordura y tengo la ciencia de los consejos. |...] Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan» (Proverbios 8:12, 17; note que el «temor de Jehová» también se menciona en el vers. 13).
Esto me lleva a recordar la ocasión en que un padre se me acercó para pre­guntar mi opinión sobre una decisión que había tomado recientemente. Uno de sus hijos estaba a punto de acceder a la universidad y el examen que tenía que realizar para ser admitido en ella estaba fijado en sábado. Después de razo­narlo un tiempo, la decisión que tomó fue que su hijo se presentara el sábado programado a dicho examen. Al fin y al cabo, solo sería una vez y, seguramen­te (al parecer lo más importante para él), Dios lo entendería; decisión que si­guió justificando, según puede imaginar, con expresiones tales como: «El Señor conoce mi corazón, sabe que mis motivos fueron buenos», etcétera.
Según usted, ¿esta decisión encaja con los parámetros bíblicos de la sabi­duría que acabamos de ver? ¿No? A mí, tampoco. Sin embargo, aunque inten­té explicarle lo mejor que pude qué enseña Proverbios sobre tomar decisiones sabias, temo que aquel sincero padre no haya quedado convencido de la im­portancia de decidir teniendo en cuenta la sabiduría bíblica.

En efecto, puesto que la sabiduría bíblica tiene al temor de Jehová como su elemento inicial y más importante, esta ha de evidenciarse tanto en nuestra forma de tomar decisiones como también en nuestra conducta. Por lo tanto, des­de la perspectiva de Santiago, vivir sabiamente, incluye algo más: «¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre» (Santiago 3:13)

Escrito por  Alejo Aguilar:-

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