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Jean-Paul Sartre, filósofo francés, representante del existencialismo ateo, dijo: “Todos los hombres tienen miedo, todos. Quien no tenga miedo no es una persona normal, y eso no tiene nada que ver con el valor”. La palabra “miedo”y su sinónimo “temor” están profundamente enraizadas en el lenguaje habitual: “Morirse de miedo”, “miedo cerval”, “miedo invencible”, “dar miedo”. Estas y otras muchas expresiones muestran una presencia incontrovertible del miedo en lo cotidiano porque el miedo no es extraño a los estados afectivos del hombre, más bien, forma parte de nuestras propias estructuras mentales como una reacción normal, espontánea del ánimo ante cualquier circunstancia que represente un peligro real o imaginario. El miedo es tan universal como el pecado en el mundo en que vivimos.
En la Sagrada Escritura la palabra “miedo” y sus derivados de la misma raíz aparecen 435 veces en el Antiguo Testamento y 142 veces en el Nuevo. Es, por consiguiente, un término que tiene frecuente presencia en la Biblia. En realidad, todos los hombres en la historia bíblica, pasaron episodios de temor o miedo. Por ejemplo, Abraham, después de la campaña contra los reyes de la llanura (Gén. 15:1). Jacob experimentó gran temor cuando iba al encuentro de su hermano Esaú. Moisés, presa del miedo, huyó del palacio del faraón al desierto cuando su crimen fue descubierto (Éxo. 2:14). David, que no temió al gigante Goliat, tembló y se angustió cuando era perseguido por Saúl o cuando huía de su hijo Absalón (Sal. 18:5-7). También Elías fue asaltado por el miedo y el pavor a causa de las amenazas de la reina Jezabel (1 Rey. 19:3). Los discípulos, Pedro, el mismo Jesús, fueron todos víctimas de la angustia en los relatos de la Pasión (Mat. 26:69-74; Heb. 5:17).
¿Y nosotros? ¿Hemos sufrido la sensación de tener miedo? ¿Nos ha embargado alguna vez la inseguridad, la impotencia, el desaliento o el pánico? ¿Qué hemos hecho para remediarlo? ¿Cómo lo hemos vencido? ¿De la misma manera que lo hicieron Abraham, Jacob, David, Elías, Jesús, orando al Señor? A veces, es necesario que pongamos vehemencia, intensidad, incluso pasión, gritos y lágrimas en nuestra oración, pero el Señor responderá y la seguridad del cielo inundará nuestro ánimo y nos devolverá la paz: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27).
Pide al Señor que su paz llene hoy tu corazón.
Tomado de: “Pero hay un Dios en los Cielos”

Por: Carlos Puyol Buil


                                                          JOHN CARLOS SOTIL LUJAN
                                    DIRECTOR DEL WEB BLOG REFLEXIONES PARA VIVIR

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